Continuemos con paciencia
Por el
presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo
Consejero de la Primera Presidencia
Las
lecciones que aprendamos de la paciencia cultivarán nuestro carácter, elevarán
nuestra vida y aumentarán nuestra dicha.
En la década
de 1960, un profesor de la Universidad de Stanford dio inicio a un modesto
experimento para poner a prueba la fuerza de voluntad de los niños de cuatro
años. Puso frente a ellos un bombón grande y les dijo que podían comerlo
enseguida o que, si esperaban 15 minutos, podían comer dos.
Entonces
dejó a los niños solos y los observó desde el otro lado de un espejo falso:
algunos comieron el bombón de inmediato, otros no esperaron más que unos
minutos antes de ceder a la tentación y sólo un treinta por ciento logró
esperar todo el tiempo.
Fue un
experimento de leve interés, y el profesor pasó a otras áreas de investigación
porque, en sus propias palabras: “no es mucho lo que se puede hacer con niños
que están tratando de no comer bombones”. Pero siguió el rastro de los niños
con el pasar del tiempo y se empezó a percatar de una correlación interesante:
los niños que no pudieron esperar enfrentaron dificultades en etapas
posteriores de la vida y exhibieron más problemas de comportamiento; mientras que
los que esperaron demostraron la tendencia a ser más positivos y tener mayor
motivación, mejores calificaciones, ingresos superiores y relaciones más sanas.
Lo que
comenzó como un sencillo experimento con niños y bombones se convirtió en un
estudio trascendental que sugiere que la facultad de esperar —de ser paciente—
es un rasgo clave de la personalidad que puede predecir el éxito posterior en
la vida1.
Esperar puede ser difícil
Esperar
puede ser difícil. Los niños lo saben, al igual que los adultos. Vivimos en un
mundo que ofrece comida rápida, mensajería instantánea, películas a pedido y
respuestas inmediatas a las preguntas más triviales y a las más profundas. No
nos gusta esperar. Algunos incluso sienten que les sube la presión si la fila
que están haciendo en el supermercado se mueve más despacio que las otras.
La paciencia
—la capacidad de aplazar por un tiempo nuestros deseos— es una virtud preciada
e inusual. Queremos lo que queremos y lo queremos ya. Por tanto, la idea en sí
de la paciencia puede parecer desagradable y, a veces, amarga.
No obstante,
sin paciencia no podemos agradar a Dios; no podemos llegar a ser perfectos. De
hecho, la paciencia es un proceso purificador que refina el entendimiento,
aumenta la felicidad, centra la acción y ofrece la esperanza de la paz.
Como padres,
sabemos cuán imprudente sería satisfacer todos los deseos de nuestros hijos;
pero los niños no son los únicos que se echan a perder cuando siempre reciben
satisfacción inmediata. Nuestro Padre Celestial ya sabe lo que los buenos
padres comprenden con el tiempo: para que los hijos maduren y logren su
potencial, deben aprender a esperar.
La paciencia es más que esperar
Cuando tenía
10 años de edad, los de mi familia llegaron a ser refugiados en un nuevo país.
Siempre había sido un buen alumno… por lo menos hasta que llegamos a Alemania
Occidental. Allí, mis vivencias educativas fueron muy diferentes. La geografía
que estudiábamos en clase era distinta. También era muy distinta la historia
que estudiábamos. Antes aprendía ruso como segundo idioma, y ahora era inglés.
Eso era difícil para mí; es más, había momentos en que de veras pensaba que mi
lengua sencillamente no tenía la forma necesaria para hablar inglés.
Debido a que
gran parte del programa de estudios me resultaba nuevo y extraño, me atrasé.
Por primera vez en mi vida empecé a preguntarme si tendría la inteligencia
suficiente para los estudios.
Por fortuna,
tuve un maestro que me enseñó a ser paciente. Me enseñó que el trabajo firme y
constante —la perseverancia paciente— me ayudaría a aprender.
Con el
tiempo, las materias difíciles empezaron a tener más sentido, incluso inglés.
Poco a poco, empecé a darme cuenta de que si me aplicaba de forma constante,
podría aprender. No sucedió de inmediato, pero con paciencia, lo logré.
De esa
experiencia aprendí que la paciencia era más que sencillamente esperar a que
algo pasara. La paciencia exigía esmerarse de forma activa por lograr metas
dignas y no desalentarse cuando los resultados no se dieran de inmediato o sin
esfuerzo.
Aquí tenemos
un concepto importante: la paciencia no es ni una resignación pasiva, ni es
dejar de actuar por causa de nuestros temores. Ser paciente significa esperar y
perseverar de forma activa. Significa persistir en algo y hacer todo cuanto
podamos: trabajar, tener esperanza, ejercer la fe y enfrentar las dificultades
con fortaleza, incluso cuando los deseos de nuestro corazón se ven demorados.
¡La paciencia no es simplemente sobrellevar las cosas, sino hacerlo bien!
La
impaciencia, por otra parte, es síntoma de egoísmo. Es una característica de
los absortos en sí mismos. Es el resultado de una afección demasiado común
conocida como el Síndrome de “creerse el centro del universo”, el cual lleva a
las personas a creer que el mundo gira en torno a ellas y que todos los demás
son simplemente actores de reparto en esa gran pieza teatral de la vida mortal
en la cual sólo ellas tienen el papel protagónico.
Cuán
diferente es esto, mis queridos hermanos, de la norma que el Señor nos ha
puesto como poseedores del sacerdocio.
La paciencia: un principio del sacerdocio
Como
poseedores del sacerdocio y representantes del Señor Jesucristo, debemos servir
a los demás de una forma acorde con Su ejemplo. Por algo es que tarde o
temprano prácticamente toda lección sobre el liderazgo en el sacerdocio hace
referencia a la sección 121 de Doctrina y Convenios. Allí, en unos pocos
versículos, el Señor dicta un curso magistral sobre el liderazgo en el
sacerdocio. “Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud
del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre
y por amor sincero”2.
Las
prácticas y los rasgos de personalidad que se describen en estos versículos son
el cimiento de la paciencia según Dios, y se encuentran conectados de manera
inseparable al servicio eficaz en el sacerdocio y como patriarcas. Estos
atributos les darán fuerza y sabiduría al magnificar sus llamamientos, al
predicar el Evangelio, al hermanar a los integrantes del quórum y al prestar el
más importante de los servicios en el sacerdocio, que es sin duda el afectuoso
servicio dentro de las paredes de su propio hogar.
Siempre
recordemos que una de las razones por las que Dios nos ha confiado el
sacerdocio es con el fin de ayudar a prepararnos para recibir bendiciones
eternas a medida que refinamos nuestra naturaleza mediante la paciencia que
exige el servicio del sacerdocio.
Así como el
Señor es paciente con nosotros, seamos pacientes con aquellos a quienes
sirvamos. Comprendamos que ellos, igual que nosotros, son imperfectos. Ellos,
igual que nosotros, cometen errores. Ellos, igual que nosotros, quieren que los
demás no los juzguen de inmediato.
Nunca
pierdan la esperanza en nadie, y eso incluye que no pierdan la esperanza en
ustedes mismos.
Creo que en
algún momento de nuestra vida cada uno de nosotros puede identificarse con el
siervo de la parábola de Cristo que le debía dinero al rey y le rogaba
diciendo: “Señor, ten paciencia conmigo”3.
A la manera y en el momento del Señor
Los hijos de
Israel esperaron 40 años en el desierto antes de poder entrar en la tierra
prometida. Jacob esperó siete largos años a Raquel. Los judíos esperaron 70
años en Babilonia antes de poder regresar a reconstruir el templo. Los nefitas
esperaron una señal del nacimiento de Cristo, incluso sabiendo que si la señal
no llegaba, perecerían. Las pruebas que enfrentó José Smith en la cárcel de
Liberty hicieron que incluso el profeta de Dios se preguntase: “¿Hasta cuándo?”4.
En todos
esos casos, el Padre Celestial tenía un propósito al pedir a Sus hijos que
esperaran.
A cada uno
de nosotros se nos pide que esperemos de una u otra manera. Esperamos respuestas
a nuestras oraciones; esperamos cosas que en ese momento nos parecen tan
correctas y buenas que no logramos entender por qué el Padre Celestial se
demora en contestar.
Recuerdo
cuando me preparaba para recibir capacitación como piloto de combate. Dedicamos
gran parte de nuestra capacitación militar preliminar a hacer ejercicio físico.
Todavía no me queda del todo claro por qué se consideraba que correr sin parar
fuera una parte tan esencial de la preparación para ser un piloto. Pero
corrimos y corrimos, y corrimos un poco más.
Mientras
corría, empecé a darme cuenta de algo que, francamente, me perturbaba. Una y
otra vez, me pasaban hombres que fumaban, bebían y hacían todo tipo de cosas
que eran contrarias al Evangelio, y en especial a la Palabra de Sabiduría.
Recuerdo que
pensé: “¡Un momento! ¿No se supone que soy yo el que tiene que poder correr sin
desmayar?”. Pero me sentía agotado, como para desmayarme, y me pasaban
personas que definitivamente no seguían la Palabra de Sabiduría. Confieso que
en ese entonces eso me perturbaba. Me preguntaba: “¿Es verdad la promesa o
no?”.
La respuesta
no llegó de inmediato, pero con el tiempo descubrí que las promesas de Dios no
siempre se cumplen con la velocidad o de la forma que nos gustaría, sino en el
momento y a la manera de Él. Años después tuve una evidencia clara de las
bendiciones temporales que llegan a los que obedecen la Palabra de Sabiduría,
además de las bendiciones espirituales que enseguida llegan al obedecer
cualquiera de las leyes de Dios. En perspectiva, sé con certeza que las
promesas del Señor, si bien no siempre son rápidas, siempre son seguras.
La paciencia requiere fe
Brigham
Young enseñó que cuando surgía algo que él no lograba comprender plenamente,
oraba para que el Señor: “… [le diera] paciencia para esperar hasta que
[pudiera] entenderlo por [sí] mismo”5. Y luego
Brigham seguía orando hasta que lograba comprenderlo.
Debemos
aprender que, en el plan del Señor, nuestro entendimiento llega “línea sobre
línea, precepto tras precepto”6. En
resumidas cuentas, el precio del conocimiento y del entendimiento es la
paciencia.
Los
profundos valles de nuestro presente suelen comprenderse sólo al mirarlos desde
la perspectiva de las montañas de nuestras vivencias futuras. Con frecuencia no
podemos ver la mano del Señor en nuestra vida sino hasta mucho después de que
pasen las pruebas. A menudo, las épocas más difíciles de nuestra vida son los
componentes básicos de los cimientos de nuestro carácter y sirven para preparar
el camino hacia las oportunidades, el entendimiento y la felicidad en lo
futuro.
La paciencia, fruto del Espíritu7
La paciencia
es un atributo divino que puede sanar almas, abrir tesoros de conocimiento y
entendimiento y convertir a personas comunes y corrientes en santos y ángeles.
La paciencia es verdaderamente un fruto del Espíritu.
Paciencia es
seguir con algo hasta el fin; es postergar el placer inmediato a fin de recibir
bendiciones futuras. Es controlar la ira y refrenarse de decir cosas hirientes.
También es resistir el mal incluso cuando éste parezca enriquecer a los demás.
Paciencia
significa aceptar lo que no se puede cambiar y encararlo con valor, gracia y
fe. Significa estar “[dispuestos] a [someternos] a cuanto el Señor juzgue
conveniente imponer sobre [nosotros], tal como un niño se somete a su padre”8. En última
instancia, paciencia significa ser “firme, constante e inmutable en guardar los
mandamientos del Señor”9 a toda hora
de cada día, incluso cuando hacerlo sea difícil. Como dijo Juan el Revelador:
“Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús”10.
La paciencia
es un proceso de perfección. El Salvador mismo dijo que con nuestra paciencia
ganaremos nuestras almas11, o como
dice otra traducción del texto griego: “con vuestra paciencia ganaréis dominio
de vuestras almas” 12. Paciencia
quiere decir perseverar en la fe, sabiendo que a veces es al esperar y no al
recibir que más crecemos. Así era en los días del Salvador y sigue siendo así
en nuestra época, porque en estos últimos días se nos manda: “Continuad con
paciencia hasta perfeccionaros”13.
El Señor nos bendice cuando demostramos paciencia
Parafraseando
al salmista de antaño: si pacientemente esperamos a Jehová, se inclinará a
nosotros, oirá nuestro clamor, nos sacará del pozo turbulento y pondrá nuestros
pies sobre una roca sólida; pondrá en nuestra boca cántico nuevo y cantaremos
alabanzas a nuestro Dios. Muchos verán esto y confiarán en Jehová14.
Mis queridos
hermanos, la esencia de la obra de la paciencia es ésta: guardar los
mandamientos, confiar en Dios nuestro Padre Celestial, servirlo con mansedumbre
y amor cristiano, ejercer la fe y la esperanza en el Salvador y nunca darnos
por vencidos. Las lecciones que aprendamos de la paciencia cultivarán nuestro
carácter, elevarán nuestra vida y aumentarán nuestra dicha. Nos ayudarán a ser
poseedores dignos del sacerdocio y discípulos fieles de nuestro Maestro
Jesucristo.
Mi ruego es
que la paciencia sea un rasgo distintivo de los que poseemos el sacerdocio del
Dios Todopoderoso; que con valentía confiemos en las promesas del Señor y en Su
tiempo; que actuemos hacia los demás con la paciencia y la compasión que
buscamos para nosotros mismos, y que continuemos con paciencia hasta perfeccionarnos
(véase D. y C. 67:13). En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
1. Véase
Jonah Lehrer, “Don’t; The Secret of Self-Control”, New Yorker, 18 de
mayo de 2009, págs. 26–27.
2. Doctrina
y Convenios 121:41; véanse también los versículos 39–45.
3. Mateo
18:26.
4. Doctrina
y Convenios 121:2
5. Véase Enseñanzas
de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young (1997), pág. 81.
6. Doctrina
y Convenios 98:12.
7. Véase
Gálatas 5:22, 23.
8. Mosíah
3:19.
9. 1 Nefi
2:10.
10.
Apocalipsis 14:12.
11. Véase Lucas
21:19.
12. Véase
Lucas 21:19, nota b al pie de página.
13. Doctrina
y Convenios 67:13.
14. Véase
Salmo 40:1–3.